San Francisquito: Una banca vieja y media palapa

Septiembre 11, 2014 ($335 mxn)

Bahia de los Angeles – San Francisquito (140km)

Hasta ahora, había disfrutado de las tranquilas aguas del Mar de Cortez y nuestra estadía en Bahia de los Angeles, pero estábamos listos para seguir camino al sur, hacia nuevas aventuras con un conocimiento limitado acerca de los lugares que se avecinaban. Esa mañana, sintiéndome con energías renovadas después de un día anterior enfermizo, cargamos las alforjas en las motocicletas, dijimos “hasta luego” al velador amigable del hotel, y nos reabastecimos de comida y agua antes de partir. Solo existe un camino principal que entra y sale de Bahia de los Angeles, el mismo que utilizamos para llegar, pero optamos por una ruta más aventurera: un camino de tierra que corre paralelo a la costa y nos llevaría a San Francisquito, una playa cerca de 140 kilómetros al sur, con las mismas aguas cálidas del golfo.

El camino, parcialmente emparejado con maquinaria en algunas secciones y lleno de arena suelta en otras, estaba compuesto de tramos rectos a través de ríos secos y curvas junto a precipicios. Siempre rodeados por la belleza característica del Valle de los Cirios, con sus árboles verdes y torcidos que observamos hace días cuando arribamos a Bahia de los Angeles, y un manto azul con nubes esparcidas por encima. Llegamos a un sitio donde la montaña, en la cual el camino había sido esculpido, ofrecía una fresca sombra donde paramos a mirar el valle repleto de vegetación. Digno de una postal. Nada podía hacer de ese momento un mejor sitio para descansar unos minutos y comer un bocado. Sin embargo, un descanso conlleva más que una linda vista y una simple botana. Uno debería considerar tareas como revisar ese sonido raro que se ha escuchado en la motocicleta desde hace varios minutos, beber agua, asesorarse que los amarres del equipaje estén seguros, y, si tuviste la fortuna de parar en un sitio como este, tomar una fotografía.

Después de un corto descanso continuamos, salimos del valle, y ahora conducíamos en la parte superior de la montaña. El terreno era bastante arenoso y, por ello, mi paso fue considerablemente más lento, lo que hizo que Dominic, quien iba al frente, incrementara la distancia entre nuestras motocicletas. Algunos kilómetros más adelante, después de perder de vista a Dominic, me detuve para esperar a Tom. Conducir más rápido para alcanzar a Dominic sería peligroso, así que sencillamente continuamos al mismo paso. Tom comenzó al frente y yo me aseguré de mantenerlo cerca; he visto películas de terror y es así como comienza, primero pierdes a uno, luego a otro, ¡y después sigues tú! Unos 10 minutos después, en mi vista periférica note algo lentamente pasándome en el camino. ¡Era Dominic a toda velocidad conduciendo para alcanzarnos! Algo así como Buzz Lightyear cuando Woody le enciende el cohete en su espalda.

Dominic señaló que nos detuviéramos, confundido de por qué Tom y yo lo habíamos dejado atrás. Aparentemente, Dominic se había detenido hace varios kilómetros porque vio algo que haría una buena fotografía, y nos señaló mientras pasábamos por un costado sin siquiera notarlo. Una vez que todo se aclaró, debo decir que el hecho de que Dominic nos alcanzó en el camino habla bien acerca de su destreza para conducir. 

Foto: Hobo Moto

 

Con buen tiempo, llegamos a la playa de San Francisquito y pasamos por un edificio con la palabra “restaurante” pintada en una pared y una pareja de ancianos sentada al frente. Nos detuvimos más adelante, justo en la arena de la playa, bajo unas palapas con el techo parcialmente derruido y unas bancas viejas y oxidadas. Después de un rápido escaneo del lugar, aparte de la pareja de ancianos en el restaurante, no había nadie más alrededor. Definitivamente ese era el lugar para acampar.

Quedaba cerca de una hora antes de que el sol se escondiera, y Dominic decidió caminar al norte a lo largo de la playa hacia un punto rocoso donde intentaría pescar algo para cenar. Mientras tanto, Tom y yo mantendríamos el campamento bajo control, y también nadaríamos un poco en el mar. Ya no estábamos en un hotel con regadera y agua caliente, regresábamos a la ducha en el mar. Mientras nadaba, con la poca luz de día que aún quedaba, que teñía el cielo con tonos rojos y naranjas, ví peces brincando por encima de la superficie del agua y un par de tortugas marinas asomando sus cabezas. Lo único que se podía escuchar era su chapoteo esporádico y las ligeras olas que llegaban a la costa. Era un sonido tranquilizante y un momento relajante. De esos que no se pueden comprar, lo cual era genial pues estaba limitado económicamente. Suponiendo que tuviera los medios económicos, y el deseo, de alquilar un cuarto en un resort de lujo en una ciudad popular, la experiencia no tendría el mismo peso como la que estaba viviendo tan de manera sorpresiva en ese instante.

Con lanza en una mano y un pez en la otra, Dominic regreso al campamento con la cena de esa tarde. Nadie estaba seguro de que tipo de pescado era, pero eso es lo había sido capturado y, por ende, era la cena. Después de buscar escasa madera para quemar y sacar gasolina de una de las motocicletas con sifón, incendiamos un pequeño fuego y permitimos que se consumiera por completo hasta solo quedar brasas, donde cocinamos el pescado envuelto en aluminio, acompañado con tortillas, chipotle, y conversaciones que invitan al pensamiento abstracto. ¿Por qué es que cuando uno acampa, las conversaciones que surgen son de las más fascinantes, llenas de sentido que incitan a pensar más allá de la superficie de lo que se esta hablando? Jamás hay temas aburridos cuando se acampa, una idea cautivante conduce a una cadena de preguntas, respuestas, comentarios, pensamientos y emociones expresadas por los que escuchan. En ocasiones, suele ser la total falta de conversación alguna lo que hace de ese momento más significativo, con un silencio lleno de paz rodeando el campamento.

 

Septiembre 12, 2014 ($0.00)

San Francisquito (0 Km)

Habiendo estado en San Diego – Tijuana la mayor parte de mi vida, siempre he preferido los atardeceres por encima de los amaneceres, principalmente porque el sol siempre se pone sobre el océano en San Diego, lo cual añade deleite a la experiencia. Convierte la puesta del sol en más que un placer visual; el sonido de ola tras ola calma el ritmo acelerado de la ciudad, la brisa ocasionalmente fría hace apreciar un abrigo ligero mientras respiras profundamente el característico aroma a sal que tiene la playa. Todo esto además de los matices naranjas y rosados llenando el cielo.

Cuando desperté la mañana siguiente, temprano con el sol, como naturalmente sucede cuando estoy acampando, lograba escuchar las pequeñas y suaves olas que el Mar de Cortez traía a la costa. Salí de mi casa de acampar y lo primero que observe fue el sol alzándose en la distancia. Debajo del sol no había montañas, o cualquier otra formación de tierra, como se acostumbra en casa. Bajo el sol estaba el Golfo de California, el mar, agua. No me di cuenta la noche anterior de que esta mañana despertaría a esta imagen; el cielo teñido de un color dorado, reflejado en el mar y en las cuantas nubes por aquí y por allá. Un momento digno para sentarse en una mesa vieja y oxidada, bajo una media palapa, y admirar la ocasión, la escena, en silencio.

Dominic, no convencido por el sitio en que pesco la noche anterior, sugirió que camináramos al sur en busca de un punto distinto para pescar. Caminamos, pasando el restaurante con la pareja de ancianos al frente, y noté que el sitio estaba vacío por dentro y no había nada indicando que aun fungía como un establecimiento de comida. Quizá lo hacia años atrás, pero ahora parecía ser la casita de esta pareja. Despertar todos los días en paz y silencio en esta playa suena encantador, para una pareja de ancianos, supongo. Pero para mí, a pesar de lo mucho que lo disfruté y me llenó de serenidad, temo que eventualmente desearía un cambio de escena. Es similar a comer un helado de pistacho, o el sabor que prefiera cada quien; si uno come su helado favorito todos los días, va a llegar el momento en que dejará de ser especial y perderá lo que lo hace único. Asimismo con lugares como esta playa de San Francisquito.

Llegamos al punto y nos metimos al agua clara que ofrecía excelente visibilidad, aun en las secciones de mayor profundidad. Me aseguré de mantenerme cerca de la orilla rocosa que se extendía mar adentro. Uno de los tantos aspectos de pescar que necesitaba mejoría era mantener mi respiración bajo el agua. En más de una ocasión me hallaba sumergiéndome y sosteniendo algo en el piso para no flotar de vuelta a la superficie, y esperaba el momento en que un pez curioso se acercara, todo para que en el momento justo se me acabase el aire y debía regresar a la superficie. Después de varios intentos fallidos, como con cualquier cosa que no está funcionando, perdería la paciencia y nadaba sin sentido tras las escuelas de peces intentando capturar algo. Si los peces tuviesen inteligencia y capacidad de pensamientos complejos, sentirían lastima por mí y sacrificarían a su eslabón más débil.

Está de más decir que salí del mar con las manos vacías. Pero, como es de costumbre, Tom y Dominic habían pescado suficiente para todos. De regreso al campamento, pasamos cerca de tres personas que habían arribado en una camioneta grande con un emblema de gobierno en una de las puertas. Uno de ellos pescaba con caña desde la orilla del mar, y otro nos preguntó si podía utilizar nuestras mascaras para bucear. Nos detuvimos y conversamos un poco, después nos invitaron a su campamento esa tarde para cocinar nuestros pescados junto a los de ellos, platicar y jugar baraja.

Durante el almuerzo, entre un taco y otro, jugando baraja, nos contaron que trabajaban para la INEGI, la cual es una agencia del gobierno Mexicano encargada de estadísticas y geografía. El trabajo de las tres personas con quien almorzamos era contabilizar el número de habitantes en las pequeñas aldeas del área, lo cual sonaba como un excelente trabajo temporal: pasear por las zonas rurales de Baja California, teniendo tiempo libre para pescar, hacer senderismo, y constantemente conocer gente nueva. Uno de ellos se llamaba Marco, y nos contó la historia de cómo había cruzado la frontera hacia los Estados Unidos de manera ilegal, vivió y empezó una familia en California y, después de muchos años, fue deportado de vuelta a México mientras que su familia permanecía en los Estados Unidos. Mientras nos platicaba esto, parecía convencido de que pronto regresaría con su familia, dado que su trabajo actual solo era temporal. Definitivamente era una historia interesante y, como el, hay muchos otros con casos similares.

Esa tarde en particular tiene un espacio en mi caja fuerte imaginaria: conocer gente nueva e interesante, compartir el almuerzo, chocando hombros mientras pasan los limones y tortillas de un lado a otro, relatando historias y perspectivas de la vida, todo en una playa remota sin preocupación alguna. No se pueden planear experiencias como esta y, por eso mismo, guardan un gran valor para mí.

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