San Evaristo: Bolas de boliche
Septiembre 27 – Octubre 2, 2014 ($450mxn)
San Evaristo (52 km)
Una y otra vez me sorprende la hospitalidad que comúnmente se le ofrece al viajero. Ya sea una conversación autentica en un restaurante, indicaciones hacia una dirección, una comida, o incluso un sitio donde pasar la noche. Normalmente tengo la fortuna de encontrarme con personas generosas durante mis viajes.
Tom, Dominic y yo fuimos muy afortunados en camino a San Evaristo, cuando la motocicleta de Dominic resbalo en el camino rural, dañado por las lluvias y lleno de grietas, causándole un esguince en su tobillo. Dominic no estaba en condiciones para seguir conduciendo; no podía aplicar peso a su pie izquierdo, y estábamos en una zona rural de Baja California sin hoteles ni tiendas cerca; tan solo unas casas humildes por aquí y por allá. Mientras Dominic esperó, sentado en el piso junto a su motocicleta, Tom y yo conducimos de regreso a un rancho que habíamos visto poco antes y encontramos ayuda en la forma de unas cuantas personas y una camioneta que iría por Dominic.
José, el padre de familia del rancho en Las Animas, nos ofreció refugio y comida por un par de días mientras Dominic se recuperaba. Su hospitalidad incluyó lo mucho o poco que tenían; comimos huevo, frijoles, queso y tortillas cada día, todo fue delicioso. Contamos con un amplio patio techado donde instalamos las tiendas de acampar, así como también con una grande y amable familia con quien conversamos, jugamos cartas, hablamos acerca de la vida, nos mostraron alrededor del rancho, ¡e incluso nos enseñaron como hacen su propio queso en casa!
Después de dos días en casa de José, Dominic se sintió lo suficientemente recuperado para continuar el camino, ya que José comentó que el camino que faltaba para llegar a San Evaristo estaba en mejor estado que el que habíamos visto hasta entonces. Bien, pues José no había atravesado por ese camino desde que paso la lluvia del Huracán Odile, y vaya si estaba equivocado. Tan equivocado estaba que un hombre a caballo más adelante nos advirtió, “¡Van a tener que jalar esas madres!” refiriéndose a las motocicletas, y vaya que tenía razón.
Nos tomó dos días más en llegar a San Evaristo. Algunas secciones del camino de tierra estaban erosionadas por las lluvias hasta el punto que ya no había más tierra y solo quedaban incontables rocas del tamaño de bolas de boliche. Conducir una motocicleta sobre este tipo de terreno fue casi imposible, y en ocasiones literalmente caminamos cada motocicleta entre dos personas para pasar estas secciones.
Salimos temprano del rancho de José. Ahora, ya estaba oscuro cuando tuvimos que buscar donde pasar la noche. Acampamos en un sitio con pasto, unos cactus por aquí y por allá, algunos arbustos de desierto, en un espacio abierto con vista a las islas que yacen en el mar de Cortez, de donde el sol se alzaría la siguiente mañana, eternizando en mi memoria aquel paisaje. Creo que todo viajero tiene una lista de los mejores lugares en que ha acampado; este mirador en San Evaristo está muy cerca de la cima en esa lista mía.
Pensábamos estar cerca de San Evaristo ya que podíamos ver el mar, así es que nos apresuramos para continuar la mañana siguiente. Avanzamos no más de 100 metros y las bolas de boliche estaban de vuelta en el camino. Hacía mucho calor, nuestros ánimos se agotaban así como también nuestra reserva de agua, el sabor salado de gotas de sudor hacían su camino a la comisura de mi boca, me sentía cansado y miserable por la fatiga física después de caminar las motocicletas por encima del terreno rocoso. En realidad no podíamos hacer otra cosa más que continuar, a cualquier paso, eventualmente llegaríamos.
Horas después, llegamos a un cruce de caminos. Hacia la derecha: un camino aparentemente tranquilo y sencillo que nos llevaría a La Paz. Hacia la izquierda: San Evaristo, probablemente, al otro lado de una colina rocosa. Batallamos con esa izquierda unos minutos, y empezamos a considerar tomar la derecha, olvidándonos de San Evaristo. Deje mi motocicleta y comencé a subir la colina a pie y evaluar lo que había más allá. Logre ver casa esparcidas por las colinas y unas cuantas otras cerca de la playa. ¡La playa! Tenía que ser San Evaristo. ¡Habíamos llegado! Las buenas noticias nos revitalizaron y subimos esa colina sin problema, conduciendo de manera triunfante al pueblo.
Durante los siguientes tres días hicimos absolutamente nada excepto acampar en la playa, pescar la mayor parte del día, y disfrutar la captura. La Sra. Elizabeth y su familia, residente de San Evaristo, amablemente nos dio la bienvenida a su pueblo y cocinó nuestra pesca a cambio de un donativo y una cena en familia. El hijo de la Sra. Elizabeth era pescador, así como la mayor parte del pueblo. Cada mañana, el y unos cuantos otros, conducen pangas hacia las costas de las islas para colectar sus trampas de pez. Lo convencimos de que nos llevara en su panga a un punto para pescar más lejano del que habíamos visitado los días anteriores.
Al final de nuestra estancia, nos despedimos de la Sra. Elizabeth y su familia, y emprendimos nuestro andar rumbo a La Paz sobre un camino infinitamente más sencillo.
Así es como nos tomó cinco días en llegar desde la carretera principal hasta San Evaristo. Aguantamos lesión, deshidratación, decepción, fatiga, frustración, y estábamos a punto de renunciar e irnos a la siguiente ciudad, tomando el camino fácil. ¿Porque es que el viajero se expone de esa manera? ¿Porque pasar por la lucha y los riesgos? ¿Será únicamente por la sensación de éxito y logro, o la emoción y la aventura? No estoy seguro como responder estas preguntas. Ciertamente me hizo sentir exitoso, similar a la sensación que obtengo cuando completo un sendero difícil de excursionismo, pero a un nivel mayor. Definitivamente, por cualquier estándar, fue una aventura. Me alegro de haber conocido a gente nueva y ver su forma de vida, completamente diferente a la mía. Tuve el lujo de condiciones para pescar casi perfectas y comí callo de hacha mientras flotaba por encima del lugar donde lo encontramos. Puede que no sepa cómo responder a los “¿Porque?” de las cosas que hago, pero sin duda las volvería a hacer.