Bahia de los Angeles: La Venganza de Moctezuma
Septiembre 8, 2014 ($0.00 mxn)
San Jose de las Palomas (0 km)
Generalmente, cuando planeo vacaciones, tengo un itinerario lleno de lugares que visitar y actividades que hacer, difícilmente dejo tiempo libre, mucho menos para siestas bajo el sol. Sin embargo, esa descripción no cuadraba con el programa que teníamos para ese día en San Jose de las Palomas, donde nos dedicamos a relajarnos, utilizando el interminable patio de dunas de arena donde acampamos para jugar Bocce, o nadar en el océano, o simplemente tomar una siesta y, accidentalmente, broncear mis pies disparejamente con mis sandalias. Concluimos ese día con una comida caliente, cocinada sobre una pequeña estufa portátil utilizando el combustible del tanque de gasolina de una de las motocicletas. Descansando bajo las estrellas, jugamos cartas antes de dormir o, en el caso de Tom, arreglo los postes de su tienda para acampar.
Septiembre 9, 2014 ($633 mxn)
San Jose de las Palomas – Bahia de los Angeles (250 km)
La mañana siguiente, empacamos y decidimos regresar a la carretera principal y continuar el camino al sur. Los recursos eran suficientes para ese día. Si buscábamos regresar por una ruta diferente a la que utilizamos para llegar a esta playa, arriesgaríamos no llegar a la carretera antes del atardecer y no tener suficiente agua para el día siguiente. Por esta razón, decidimos regresar por el camino, que ya estaba seco, que nos condujo a la playa.
En el camino hacia afuera, no es que me haya perdido, pero no sabía bien en donde estaba, ni tampoco donde estaban Tom o Dominic. Era un camino divertido, seco, nadie prestaba mucha atención a donde estaban los demás. Dominic llevaba la delantera, yo lo seguía, y Tom cubría la retaguardia. Se acostumbra dejar suficiente espacio entre el motociclista que conduce al frente y uno mismo como para no estar inhalando el polvo que se alza con el paso de las maquinas. Es por eso que no estoy seguro de la última vez que mire a Dominic; tampoco recuerdo cuando deje de ver a Tom a través de mi único retrovisor. Después de un tiempo, llegue a una división de camino, inseguro de cual conducía a la carretera y cual conducía hacia Tom y Dominic. Opte por regresar al último punto donde creí verlos. El regreso fue en vano, pues no los encontré. Ni siquiera podía leer las marcas de las llantas en la arena; fácilmente podrían ser las que deje con mi paso, así que maneje de vuelta a donde el camino se partía y elegí el camino mas ancho. Supuse que por ser más grande, este camino conducía a la carretera. Antes de hacerlo, decidí marcar en el suelo una flecha apuntando en la dirección que tome. Con total confianza, acelere mi motocicleta de modo que el giro de la llanta dejaría una pequeña trinchera como indicación de mi dirección para Tom y Dominic. Vergonzosamente, fracase en este intento y caí de la motocicleta, contrario a lo que había imaginado en mi cabeza. Marque la flecha con mi bota y mejor continué el camino.
Poco después, llegue a la carretera, pero no había rastros de los demás. Esta vez decidí que lo mejor sería permanecer donde estaba, quizá debí hacer esto desde un principio. Los espere, con mucha ansiedad y angustia, acostado, bajo la sombra, comiendo una merienda, pero muy angustiado. Había pasado una hora aproximadamente, fue entonces que considere levantarme y, parado sobre las puntas de mis pies, asomarme al horizonte en busca de alguna señal, pero opte por mantener mis oídos alertas y mejor escuchar por el sonido de sus motocicletas mientras seguía acostado. Minutos después, percibí el sonido de sus motores en la distancia, Tom y Dominic se habían dado cuenta que los esperaba en la carretera, o se habían dado por vencidos y continuarían sin mí. Tom dijo que retrocedieron para buscarme, incluso más de lo que regrese yo. Lo que en realidad quería saber era si habían notado la flecha que marque en el suelo. Tom dijo que si, ¡y lo tome como victoria!
Después de una mañana interesante, finalmente conducíamos al sur sobre la carretera, dirigiéndonos hacia Bahia de los Angeles, que se encuentra en la costa oeste de la península, del lado del mar de Cortes. Mientras conducía por la carretera, pase varios ciclistas con alforjas en sus bicicletas, obviamente en una aventura similar a la nuestra. Me preguntaba ¿Dónde habían comenzado su viaje y cuánto tiempo les había tomado llegar a este punto de Baja California? Viendo como empujaban un pedal tras otro, bajo el intenso calor del sol, sobre el abrasador asfalto, siendo los motores de sus dos ruedas, pensé en que haberme perdido esa mañana no me quito nada más que tiempo, y una cantidad insignificante de combustible, supongo. En contraste, una vuelta hacia el camino equivocado para estos ciclistas traería consecuencias más graves; no solo perderían tiempo, pero energía, recursos y, quizá, hasta motivación. Además, ver su equipaje me hizo pensar que había algunos artículos que empaqué que quizá no eran los más necesarios, sabía que no iba a cargar el peso yo mismo, si no la motocicleta, así que si había espacio, lo llenaba. Era un escenario completamente diferente para estos entusiastas del ciclismo; ellos estaban obligados a pensar dos veces antes de empacar cualquier cosa.
Muchos kilómetros después, cuando la sentadera exigía un descanso, incluso después de inclinarse de un lado y después al otro para minimizar el cansancio, decidimos tomar un receso en un pequeño y modesto restaurante al lado de la carretera, en medio de la nada. Entramos al restaurante y la dueña, quien también era la cocinera, mesera y única empleada del lugar, nos ofreció un menú verbal, cuyas opciones consistían de huevo y frijol, pero cocinados de maneras distintas. Mientras esperábamos nuestra comida, afuera comenzaba a llover. Dominic vio esto como la oportunidad perfecta de lavar la fetidez acumulada por varios días. Se quitó sus botas, sus calcetas, los pantalones pesados y chamarra de motocicleta, se puso sus shorts y salió del restaurante. El tiempo no pudo ser peor, inmediatamente después de que salió, dejo de llover. Guadalupe, nuestra anfitriona, entro al comedor desde la cocina y vio a Dominic intentando ducharse con las últimas gotas de agua que aun caían. Al menos Tom y yo habíamos visto los sucesos que llevaron a esta escena, pero Guadalupe apenas entraba al comedor y la vista de alguien que hace dos minutos tenia equipo completo y ahora esta semi-desnudo bañándose afuera le causó evidente risa. Derrotado, Dominic regreso al restaurante para comer sus huevos con frijol. Dominic recordaría a Guadalupe de manera frecuente durante los próximos días, especialmente porque cree estar seguro que fueron sus frijoles los que le causaron diarrea. Durante la siguiente semana, cuando no sabíamos dónde estaba Dominic, era muy probable que se había retirado para pensar en Guadalupe una vez más.
Después del almuerzo, partimos del restaurante de Guadalupe y continuamos nuestro camino hacia el Golfo de California. Antes de que el camino girara al Este, hacia Bahia de los Angeles, la escena comenzó a cambiar. El paisaje había dejado de ser un desierto de pequeños arbustos secos, y se tornó más representativo del Valle de los Cirios que se avecinaba al frente. La vista tenía una belleza rara, con un mar de árboles verdes, altos y torcidos, abarcando todo al alcance de la vista, cubriendo las faldas de las montañas alrededor. Muchos kilómetros después, ocurrió un cambio de temperatura drástico. El aire fresco que se colaba por mi chamarra de malla se había tornado cálido en anticipación de lo que nos aguardaba en Bahia de los Angeles. Sin saber cuan cerca estábamos de llegar, el Mar de Cortes se apoderó del horizonte produciendo una linda vista para detenernos y admirar.
Decidimos que requeríamos de una ducha apropiada y un buen descanso esa noche, por lo que acampar no era una opción. Nos dedicamos a encontrar el hotel de mejor calidad pero con un costo económico. Jose, el velador de uno de los hoteles, noto que estábamos exhaustos, el calor era intenso, y ya habíamos investigado otros hoteles. Jose ofreció una ronda de cervezas como oferta y optamos por quedarnos en su hotel que, aun sin la oferta, hubiésemos escogido de cualquier manera.
El ganador de un ‘piedra, papel o tijera’ tendría una de las camas para sí solo, los otros dos tendrían que compartir. Con la comodidad del aire acondicionado, disfrutando de una cerveza, cortesía de nuestro amigo Jose, observe como transformamos un cuarto limpio a una pocilga: había equipaje sucio y polvoriento en las camas, el suelo, las mesas, y chamarras y botas en los demás sitios. El aire limpio que respiramos cuando recién entramos al cuarto fue reemplazado por el hedor producido por sudor cubierto por tierra, bañado en el océano, y vuelto a cubrir por mas sudor y más tierra, acompañado por el aroma de pies que habían sido encerrados todo el día por botas que ya tenían un olor terrible; ¡Fue genial!
En busca de tacos para cenar, caminábamos en la cálida noche, cuando se nos acercó un extraño que ofreció llevarnos en su coche. ¿Qué clase de persona ofrecería llevar a tres extraños tan tarde por la noche? ¿Qué clase de ingenuos aceptaría dicha oferta? El señor era local, el sabría donde estaban los buenos tacos. Aceptamos su oferta. Sin embargo, Dominic sentía que algo no andaba bien. De hecho, era su diarrea y decidió regresar al hotel y, una vez más, recordar los frijoles de Guadalupe, añadiendo a la peculiar atmosfera que habíamos creado en el cuarto.
El conductor nos llevó a Tom y a mí a una taquería cercana, quizá la única taquería abierta a esa hora. Salió a relucir que, de hecho, él era dueño de uno de los restaurantes de mariscos que se encontraban en la avenida principal del pueblo, cerca de nuestro hotel, y nos invitó a desayunar la mañana siguiente. Tom y yo salimos de su coche, mientras el gritaba su orden para llevar a la señorita a través de la ventana. La señorita y el conductor mantuvieron una charla amigable por unos minutos. Eso me hizo pensar que probablemente Bahia de los Angeles es lo suficiente pequeño que la mayoría de los habitantes se conocen unos a otros. Parecía una idea linda, pero no me podía relacionar con ello; la vida en el área de San Diego-Tijuana es lo más alejado a la vida diaria de los habitantes de Bahia de los Angeles.
Hasta el momento, habíamos conducido las motocicletas de noche y aceptado paseos en coche de desconocidos, todo en menos de una semana desde el comienzo de este viaje, ¿Qué más se podía esperar? ¿Cuándo diríamos “No”? ¿Seguiríamos a otro desconocido a un hotel en medio de la noche en algún lugar de Sinaloa, donde existen carteles importantes? ¿Conduciríamos de noche en la capital mundial de homicidios en Honduras? Necesitábamos ser más inteligentes en el departamento de seguridad.