Mulege: ¿La practica hace al maestro?
Septiembre 17 – 21, 2014 ($1420 mxn)
Punta Abreojos (220 km)
La práctica hace al maestro… o al menos te hace mejor. Tal fue el caso de Dominic arreglando llantas ponchadas en su motocicleta. Salimos de Bahía Tortugas después de que el mal clima había pasado y nos dirigimos al sur, cerca de la costa, por caminos de tierra hasta que llegamos a Punta Abreojos, donde aprendimos que el mal clima previamente mencionado había destruido parte del camino más adelanta que llevaba a la carretera principal.
Una vez más, estábamos varados si deseábamos continuar al sur, pero Punta Abreojos era un buen lugar. Abreojos era también un pueblo pesquero y su principal fuente de ingresos era la pesca de langosta. Desconozco de un sitio en la península de Baja California donde estar varado seria pésimo, siempre y cuando uno cuente con refugio, comida, motocicleta, y carezca de prisa. Uno de los residentes extranjeros nos recomendó un lugar 10 minutos al sur del pueblo donde podríamos acampar. El sitio estaba en la costa, junto a un punto de surf donde podríamos disfrutar de las olas mientras esperábamos noticias acerca de las condiciones de la carretera, y también era lo suficientemente cerca del pueblo que podríamos ir y venir por víveres si fuera necesario.
Pasamos los siguientes cinco días acampando, surfeando, jugando cartas, y viendo a Dominic cambiar llantas ponchadas. Realmente es molesto cuando hay que cambiar una llanta ponchada de vez en cuando aún si tienes un gato hidráulico para alzar la motocicleta, pero arreglar cuatro ponchaduras en tan solo un par de días, buscando rocas sobre las cuales balancear la motocicleta puede ser aún peor. Supongo, parecía mucho trabajo.
Generalmente, cuando digo que “surfeo” me refiero a que me siento sobre de una tabla en el mar viendo las olas pasar. Aunque, de hecho, en Abreojos logré surfear un par de olas con una tabla que nos prestó uno de los residentes del pueblo. Fue lindo surfear, o simplemente estar flotando en el agua, con la puesta de sol en la distancia, y con otras personas que también disfrutaban del pasatiempo gratuito y divertido que ofrece el mar.
Septiembre 22, 2014 ($636)
Mulege (250km)
Dejamos Punta Abreojos y conducimos al sureste, atravesando la península hacia Mulege, no sin antes ver a Dominic arreglar una ponchadura más cerca de San Ignacio. Heroica Mulege es un oasis en el desierto, del cual, cuando era pequeño, lo escuchaba a menudo como un sitio para vacacionar, más sin embargo, nunca había visitado por mi propia cuenta. Al arribo, vimos los estragos que el huracán Odile dejo también por aquí, la inundación dejo tierra, lodo, basura y otros escombros a su paso por las calles, al punto que la Secretaria de Salud no permitió que los establecimientos de comida operaran sino hasta que las calles y avenidas del pueblo estuviesen limpias. Los habitantes habían pasado varios días sin electricidad ni servicio telefónico. Donde el pueblo se encuentra con el Golfo de California, existía una pequeña tira de tierra que conectaba con una modesta isla con un faro. Sin embargo, a los daños que dejo Odile, se le sumaron numerosas palmeras tiradas a las orillas del rio y la destrucción de esta tira de tierra que conectaba al pueblo con el faro. En diversas ocasiones, en casa, en San Diego-Tijuana, había visto calcas en algunos carros que leían: “No Bad Days in Mulege” (No hay días malos en Mulege). Irónicamente triste.
Septiembre 23 – 24, 2014 ($810)
Loreto (150km)
Finalmente bajé la última pieza de equipaje desde el cuarto en el segundo piso del hotel donde nos hospedamos en Mulege y lo coloque en la motocicleta, le apliqué una ligera capa de lubricante a la polvorienta cadena que, en realidad necesitaba ser limpiada y después lubricada, y ahora estaba listo para continuar el camino. Las deprimentes secuelas con que me dejo Mulege y sus daños por el huracán fueron dispersas 25 minutos al sur por la carretera. De manera inesperada, a la vuelta del camino me encontraba en la cima de una colina, donde la carretera bajaba de manera recta con dirección al primer vistazo que tuve de la Bahía Concepción. Al instante quedé pasmado con la belleza que mostraba la bahía, sus aguas reflejantes de color turquesa, y sus islas rocosas salpicadas por aquí y por allá; me detuvé a la orilla del camino para admirar la escena detenidamente. No recuerdo antes haber visto un paisaje tan placentero. La playa arenosa estaba completamente vacía, invitándonos a acampar allí. Nos habíamos retrasado tantos días debido al mal clima y sus daños que tuvimos que conformarnos con unos minutos a lado de la carretera para observar la bahía antes de continuar al sur, por el perímetro delineando tal maravilla.
Uno de los tantos aspectos de la península de Baja California que disfruto es su carencia de multitudes de personas juntas en su solo sitio, excepto los lugares obvios, claro, como Cabo y la frontera norte, pero, en su mayoría, el lugar está bastante aislado. Esta tierra ofrece tanto, no obstante, rara vez encontraras multitudes conglomeradas en un mismo sitio, extrayendo la paz, tranquilidad y belleza de los alrededores. Hace muchos años, antes de que se pavimentara la carretera principal que corre a lo largo de la península, hubiese tomado varios días para manejar desde la frontera norte hasta este punto, ¡tan solo puedo imaginar lo inalterado que era entonces!
Justo antes del pueblo de Loreto, en un punto de control militar, optamos por desviarnos por un camino inexistente hacia la costa, atravesando ríos secos, arbustos, y demás, hasta llegar a una playa vacía. Llevaba semanas en esta aventura y aun no lograba pescar mi propia cena. Después de sumergirme en esta playa, salí no con uno, ¡sino con tres pescados! Recuerdo cuando pesqué el primero, se veía de un tamaño decente, pero cuando lo sostuve por encima de la superficie del mar, para que Tom y Dominic observaran, caí en cuenta que el pescado era apenas más grande que la palma de mi mano, similar al resto de la pesca esa tarde. Una victoria a la vez. Por ahora, al fin había pescado mi propia cena.
En la noche, durante nuestra conversación de fogata, notamos relámpagos en la distancia, ya sea en medio de o del otro lado del Mar de Cortez. Era raro, no solo porque los relámpagos parecían de color naranja, sino por la ausencia del sonido de los truenos, y las condiciones climáticas en nuestra playa no indicaban que habría lluvia en algún momento.
Sentados bajo unas palmeras la mañana siguiente, observe que las olas se tornaban turbulentas y el viento comenzaba a soplar ligeramente más fuerte, solo lo suficiente como para hacernos dudar si deberíamos seguir sentados o comenzar a empacar el campamento. El viento decidió por nosotros cuando comenzó a soplar con gran fuerza y diminutas gotas de lluvia empezaron a caer sobre la playa. No se habló una sola palabra; cada uno sabía que debíamos salir de esa playa inmediatamente. El viento soplaba con tal fuerza que arrastraba mi casa de acampar por la playa. La arena que el mismo viento levantaba limitaba mi visibilidad por lo que me puse los goggles para continuar con una empacada en tiempo record.
Con las botas llenas de arena, el equipaje mal empacado, nos apresuramos de vuelta a la carretera, donde el punto de control militar. Si una lluvia abundante nos hubiese alcanzado antes de salir de la playa, estaríamos varados hasta que se secara el camino, lo cual podría tardar días. Salimos de aquella playa anticipando una lluvia pesada pero, de manera anticlimática, la lluvia nunca fue más que una ligera brisa, y las condiciones climáticas en la carretera parecían completamente normales. Entonces, tan solo manejamos a Loreto donde pasamos una tarde en la plaza, la Misión de Nuestra Señora de Loreto, y el malecón.
Septiembre 25, 2014 ($515mxn)
Ciudad Constitución (150km)
El mal clima continuaría y fuertes lluvias serian la norma por los siguientes días. Nos refugiamos de un chubasco en una pequeña bahía en Puerto Escondido, poco después de salir de Loreto, donde el dueño de un bote nos mostró barcos que habían sido varados en la playa rocosa y dañados por el huracán Odile. Poco despues la carretera comenzó su camino hacia el oeste, subiendo la Sierra la Giganta, una cordillera de montañas que corre de norte a sur. Era agradable nuevamente estar en un camino con curvas y una escena distinta, la montaña tenía pendientes verdes, contrario a lo que había visto normalmente en la península.
Cuando llegamos a la meseta de la montaña, el sol comenzaba a desaparecer directamente al frente y limitaba la visibilidad de la carretera. Observe que la motocicleta de Dominic se resbaló de manera abrupta de un lado a otro. Todo el ancho de la carretera por unos cientos de metros estaba bajo reparación y lo que había sido tierra durante el día, con la lluvia, se convirtió en lodo, bastante lodo. Conducía muy rápido para intentar detenerme antes de llegar a la zona lodosa; me sujete fuertemente y esperé lo mejor. Afortunadamente, nadie tuvó una caída, pero la motocicleta de Tom tenía dificultades para encender. Nos tomó cerca de una hora averiguar que una de las mangueras del carburador se había ocluido con el lodo. Con el sol en el horizonte y sin idea alguna de donde nos quedaríamos esa noche, comenzamos a conducir en la oscuridad y lluvia intermitente hasta Ciudad Constitución donde metimos las motocicletas hasta el vestibulo del hotel y, una vez más, cargamos con el equipaje hasta el cuarto que no estaba en el primer piso.
Por mucho, las condiciones ese día no fueron las mejores: conduciendo bajo la lluvia, de noche, la motocicleta no encendía. Ese día tenía potencial para ser abrumador, pero no lo fue. Estoy seguro que fue porque teníamos un equipo que lo hacía tolerable. Si hubiese tenido que pasar por ese día yo solo, no tengo duda en mi mente que habría momentos en que no querría estar ahí, especialmente cuando la motocicleta no encendía, nadie alrededor, lejos de la ciudad más cercana, el sol puesto, y lluvia a la vuelta de la esquina. Habría sido un día de formación de carácter, sin duda.