San Jose de las Palomas: Cuando Llueve, Diluvia
Septiembre 7, 2014 ($330mxn)
Punta Baja – San Jose de las Palomas (220km)
Soy un enfermero, no un meteorólogo, y por buenos motivos. En las estaciones de gasolina, escuchaba a otras personas hablar acerca de la temporada de huracanes y el huracán Norbert que, aparentemente, estaba tocando tierra en algún lugar al sur de donde nos ubicábamos. La distancia era tal que decidimos, en base a nuestro conocimiento limitado de meteorología, que era seguro continuar en la misma dirección. Sin embargo, la gran cantidad de lluvia que acompañaba al huracán Norbert si nos llegaría en el transcurso del día. En mi estado mental de aventurero e invencible, le preste poca atención a estos detalles y tampoco pregunte por más información.
Ahora nos encontrábamos en un camino rural, adyacente a la carretera principal, adentrándonos al ejido San José de las Palomas, en la costa del Océano Pacifico. Mientras marchaba en la retaguardia, con Tom y Dominic al frente, note que las nubes en el cielo eran densas y obscuras. Aun no llovía, pero parecía inminente y que pasaría pronto. A pesar de que el cielo amenazaba con desplomarse, disfrutaba de la poca dificultad que ofrecía el trayecto. Aunque no era un camino muy técnico, parece que siempre encuentro la manera de caer, incluso en los terrenos más sencillos. Descuide mi velocidad y el ángulo de la curva que se aproximaba y la motocicleta y yo caímos a la orilla rocosa del camino. Como pude, logre ponerme de pie y, de inmediato, sentí mi mano izquierda palpitando de dolor. Quite mi guante y descubrí una pequeña herida, pero dolorosa con el movimiento. También logre levantar la motocicleta, con todo y sus alforjas, y evalué los daños; un retrovisor quebrado y los cubre manos doblados. Pensaba que la moto parecía más aventurera con un solo retrovisor, pero los cubre manos debían arreglarse antes de continuar. Tenía un retrovisor quebrado, los cubre manos doblados, mi mano dolía, necesitaba sacar mis herramientas, y Tom y Dominic estaban muy adelantados como para darse cuenta que ya no los seguía. Fue justo en ese momento cuando sentí una gota de agua caer sobre mi rostro y, en segundos, esas nubes densas y obscuras decidieron desplomarse de una. Respiré profundo; tenía que hacerlo, y me convencí de guardar la calma y reprimir el deseo de gritar en frustración. De manera tranquila, saque mis herramientas y comencé a trabajar al ritmo de un silbido.
Ya solucionado el problema, continué el camino, aun bajo la lluvia, y encontré a Tom y Dominic esperando a la orilla del camino. Dominic me indico con una señal que siguiera al frente del grupo. Avancé no más de 10 metros cuando resbale, otra vez, y caí al suelo que ahora estaba lodoso. Levantar una motocicleta con alforjas bajo la lluvia es difícil. Ahora, hacerlo en terreno lodoso es casi imposible. Estoy seguro que la escena de verme intentar levantar la motocicleta sin resbalar de nuevo era gracioso para Tom y Dominic, pero en ese preciso instante, no estaba disfrutando del viaje, en lo absoluto.
Como pudimos, continuamos el camino a pesar de la abundante lluvia y la dificultad del terreno que incrementaba con cada gota que caía. Mi tiempo liderando al grupo fue muy corto, por decirlo así, me encontraba de nuevo en la retaguardia. Con mínima visibilidad, por los espacios de mis goggles que no estaban llenos de lodo, observaba como las llantas de la motocicleta de Tom se hundían en varios centímetros de lluvia que inundaba el camino y lo transformaba en riachuelo. Sorpresivamente, minutos después, la lluvia cesó y el cielo se despejó, al grado que mi ropa se secó completamente tras conducir un poco.
La mayor parte del día ya había transcurrido y no sabía cuánto tiempo faltaba para llegar a la costa; la tormenta y los accidentes nos habían retrasado bastante. A falta de una hora para la puesta de sol, finalmente, el océano se apreció en el horizonte. Conducimos por espacios vastos y planos, llenos de nada más que unos cuantos caminos de tierra que llevaban a la orilla del mar. Opte por quedarme atrás unos minutos para contemplar el silencio que acompañaba la magnífica vista de los rayos de sol penetrando las nubes, que ahora eran ligeras, y se encontraban a la distancia con el Pacifico. Esa escena me hizo olvidar los infortunios por los que pase para llegar a este sitio. Dicen que después de la tormenta llega la calma, pero no es después de cada tormenta que uno puede apreciar tal calma como la que viví esa tarde.
Alcance a Tom y Dominic en las dunas de arena que había en la playa donde habían elegido un sitio para acampar en medio de tres dunas que nos cubrirían del viento. Dado que el sitio era arenoso, Tom y Dominic, tuvieron dificultades para instalar sus tiendas de campaña que requerían estacas al suelo. Plantar estacas en la arena era inútil. Sin embargo, el mayor problema de Tom seria otro, uno que sería recurrente para él durante los meses venideros. En algún momento de la noche, Tom asegura que alguien, de las únicas 2 pequeñas casas de pescadores que había en la distancia, se dio la molestia de venir a nuestro campamento y lanzar rocas únicamente a su tienda de campaña. Tom después se daría cuenta que el ruido que escucho esa noche no había sido un niño travieso, sino que uno de los postes de su tienda se había quebrado por la tensión, causando que su tienda se colapsara. Tom lo arreglaría, pero este “niño lanzando rocas” sería un problema frecuente para Tom.
Al final del día, reflexione con la idea de que, por un breve momento, no estaba disfrutando del viaje, cayendo de la motocicleta, hiriendo mi mano, tener que arreglar los cubre manos bajo la lluvia, volviendo a caer y resbalando en el lodo intentando poner la motocicleta de pie. Me di cuenta de algo que había considerado incluso antes de comenzar esta aventura, pero que solo adquirió sentido hasta este día en particular. Hablo acerca del hecho de que los siguientes meses serian una aventura, no unas vacaciones. Claro, anhelo los momentos divertidos y brillantes, pero las experiencias difíciles y desafiantes llegaran de manera inevitable, y debía asimilarlo, ser consciente de esa posibilidad. De igual manera, este concepto se puede aplicar a la vida diaria que cada uno de nosotros lleva acabo; buscamos los momentos felices, pero también somos conscientes que momentos arduos se harán presente, y es la actitud que mostramos en esos tiempos de prueba lo que marca la diferencia.